Como tanta gente de mi generación, conocí a Luciana por su poesía. Mucho de lo que encontré en sus poemas respira también en los cuentos de El libro de Luciana: bruma, desesperación, soledad, tensiones relacionadas a la salud, deseo ardiente, intimismo.
En “Moscas”, por ejemplo, hay un viaje de pesadilla dentro de un colectivo. La observación de la narradora encuentra espacio para hacerse un camino poético que va desde la desesperación hacia el detalle nimio, atravesando una desesperación nueva, deteniéndose en un recuerdo y avanzando hacia su esperanza rota, para encontrar ahí, finalmente, una salida.
Le sigue “Esta noche en mi casa”, cuya protagonista hace de su soledad un espectáculo. Con pulso frenético para narrar, Luciana destapa aquí las capas de una trama, en apariencia simple, en la que una chica se invita a su propia fiesta, mientras es asaltada por un recuerdo perturbador.
Cierra con “Hospitales del futuro”, una distopía que aborda, a través de fragmentos subtitulados, lo que parece ser el derrumbe del sistema público de salud. Aunque acá, lo que en verdad abruma, es el peso de lo no dicho. Hay una enfermedad misteriosa que es atendida con una burocracia inexplicablemente despiadada. No hay esperanza, ni ayuda, ni consuelo, ni cura. Solo un sistema regido por la deshumanización del personal médico y en donde todo conduce nada más que a esperar a ser llamadxs.
El libro de Luciana, en realidad, significa mucho más que haberme dado el gusto de volver a compartir espacio con Luciana y su escritura, y presumir de eso. Es compartirle a sus lectores un universo en su obra que, por razones que desconozco, pareciera no haber visto la luz todavía: el de sus cuentos.
Fabricio Jiménez Osorio