Parece que el libro gira alrededor de Elena y Lidia. Ellas son amigas, tienen ochenta y pico, se conocen desde siempre. Las unen la melomanía, la pasión por estar cerca de sus ídolos, y la batería de anécdotas que esto ha logrado generar a lo largo de los años. Sol Osorio se aferra a este “dúo dinámico” de la tercera edad y así, de la mano de ellas, se abre camino a narrar. El primer cuento, “En el taxi”, nos instala en una escena en la que el conflicto de las amigas va a ser evocado. Transcurre en un viaje. Elena y la taxista conversan, entran rápido en confianza. Pasan así de lo gracioso a lo escalofriante como si una cosa y otra fueran, en realidad, lo mismo. Con “Pasaje Dorrego” se tiende un puente entre cuento y cuento. El relato le desobedece al mandato de seguir un argumento a la hora de querer contar. Usa un tono digresivo, una narradora en primera persona, y una mirada de registro. De manera que los perros, las veredas, las fachadas, los vecinos, y todo lo que es visto por ella en plena caminata, le sirve para armar su rompecabezas paisajista. “Al medio, casi al fondo” retoma ese asunto de Elena y Lidia. Acá las conocemos a fondo y exploramos al vuelo muchas de sus aventuras juntas, sus andanzas, sus recitales, sus picardías. A través de una narración lineal y en tercera persona, Sol se ocupa de condensar episodios decisivos en la vida de estos personajes. Por su prosa rítmica, de frases sin vueltas, colmada de momentos visuales, El libro de Sol genera una clara sensación de escucha al ser leído, y esto lo vuelve inolvidable. Fabricio Jiménez Osorio