Que te calienten cosas que no sabías que te podían calentar. Encontrarte riendo y tapando las hojas de ojos extraños al libro, como si vos y las páginas fuesen cómplices de un mundo mucho más piola, más sexy, más indómito pero al que sólo pueden entrar los neófitos en el arte de descubrirse.
Querida Ilusión es este mundo que crea Fabricio -también conocide como la Frida- en cual sólo pueden permanecer los homosexuales, maricas, putos. En fin, los gays, con la particularidad de que sean también, gauchos. Este mundo representa un paraíso para estos gauchos desinhibidos que aman y cogen con todas las de la ley. Las de este paraíso sexual -y socialista, cabe aclarar- en el cual cada uno tiene su rancho, y consume lo que le hace falta y nada más para vivir día a día.
Esta “novelita”, como lo dice el autor (pero quien se engaña, porque a esta narración no le cabe ningún diminutivo que subestime su valor), presenta en un momento un personaje entrañable, huidizo, que me he imaginado petiso y tramposo, mientras lo leía. Ese personaje nombrado Raúl, a quien se describe como alguien rechazado por el resto de la comunidad gay de Querida Ilusión. ¿Esto por qué? Porque no quería coger… y uno de los mandatos en este paraíso, era que tenías que tener relaciones carnales con todos los gauchos presentes para poder confraternizar. Todos están obsesionados por coger, por experimentar con el nuevo falo que ingrese. Y este pequeño personaje, no estaba interesado en desnudarse completamente frente a aquellos que glorificaban la genitalidad por sobre su tierna/adorable/amistosa compañía. No voy a seguir ahondando en la historia de este pequeño, pues antes poco entendida que spoiler.
Este personaje, que aparece sólo en un par de páginas, despertó ciertos pensamientos enterrados que no sabía podían sorprenderme. De pronto las páginas se mojan y no sabes bien por qué, y está bien. Inmediatamente las páginas se endurecen y también está muy bien. Inminentemente aquellas cosas que no te parecían sexuales empiezan a cobrar otro valor. De golpe hay mucho sexo y no tiene que ver con amor. Y hay mucho amor y no tiene que ver con sexo. Pensé: tan obstruida está nuestra capacidad de amar, tan bloqueada por parámetros superficiales que para gustar de alguien, además de las formas, las texturas, los colores que manifestamos, nos centramos en su genitalidad.
“Qué tienes ahí debajo”
Parece que es esto lo que falta que preguntemos para saber si nos gusta alguien. O más bien, para saber si nos vamos a permitir amar a esa persona. O sin amor, coger con esa persona, encontrarnos sexualmente con su cuerpo, y desnudarnos, ante la posibilidad de que seamos más que un genital, seamos un cuerpo, una mente, muchos deseos dispersos que faltan por descubrir. ¿A dónde fue ese orgullo por amar, realmente, ciegos y ciegas, a quien tenemos en frente, por sus ideas y formas de expresarlas, por su modo de producirnos imágenes y encontrarnos aciertos y desaciertos, y poder aprender y desaprender con ese alguien?
Nos moldeamos y desarmamos día a día, ya sea en pensamientos, en hábitos, en formas de manifestarnos, de maquillarnos, de vestirnos, de performatearnos, de transformarnos, de consumir. Consumimos bebidas, consumimos pastillas, consumimos programas o podcast novedosos, consumimos lo que haga falta para sentirnos bien. Bien con nosotres mismes (suena raro el mismes, hasta incluso más que decir que para sentirnos bien haga falta consumir/nos).
A pasos agigantados
Hay tecnologías y aparatos, que nos construyen, que nos habitan. Que nos prestan eso que creíamos o efectivamente nos hacía falta (la creencia no quita la veracidad), una prótesis, un juguete, una maquinita de afeitar. Todo eso que sabemos no es natural, pero nos modifica y construye naturalidad en nosotres, habitándonos y siendo parte de nuestro día. De pronto, en caso de tener posibilidad, nuestro cuerpo empieza a tomar la forma de nuestro deseo. O una prótesis o juguete sexual nos permite experimentar otros modos de gozar. Como el dildo, la cinturonga, el vibrador, todos falos que dejaron de serlo para ser algo más.
No los queremos similar a su referente. Los queremos brillosos, de colores, los queremos partícipes del sexo sin que eso signifique traer al objeto de su referencia a la cama. ¿Qué pasa entonces con esos deseos, que se construyen en la creencia de la diversidad y retornan al hogar de los tradicionalismos? ¿Esos deseos que siguen reproduciendo una jerarquía de los sexos? Estas son reflexiones que no son generosas, claro está, pero que está bueno tenerlas en cuenta. Que formen parte de nuestra literatura, y aprendamos, a medida que legislamos, a pasos agigantados sobre las discusiones que vendrán.
Raúl, es el signo que aglutina un movimiento que vendrá de la mano del verdadero deseo desinhibido. Ese deseo amoroso que sale de las normas superficiales e individualistas, binómicas y jerarquizantes. Un deseo extraño para aquellos que hemos consumido directa o indirectamente de la educación sexual patologizante en los colegios. O también de la pornografía tradicional: machista, heteronormada, falocentrista, coitocentrista. Raúl es la encarnación literaria posporno de los personajes que vendrán, de las historias que escucharemos con naturalidad (mi deseo en las escuelas, pues #subversivayescorpiana) y de los amores verdaderamente ciegos que al fin tendrán lugar.