Robé el título del libro de la reconocida psicoanalista Elizabeth Roudinesco (2005) donde se pregunta, entre otras cosas, cómo es que los grupos de homosexuales, que militaban por la libertad sexual y contra la opresión de las normas morales, quieren ahora normalizarse casándose y adaptándose a los parámetros tradicionales formando familias. Sin embargo, pongo el subtítulo para hablar en nombre propio, intentando pensar qué estamos haciendo en Argentina actualmente con nuestras prácticas y nuestros discursos alrededor de la familia.
Roudinesco, como buena intelectual francesa, habla en universal. Quiere plantear una paradoja que estaríamos viviendo todxs de manera uniforme: quienes antes se posicionaban orgullosamente como diferentes frente a la discriminación, ahora quieren integrarse al statu quo. Por ello describe las nuevas exigencias del movimiento homosexual sobre el matrimonio y la adopción y las consecuentes reacciones de las mayorías conservadoras en los siguientes términos:
…el gran deseo de normatividad de las antiguas minorías perseguidas siembra el desorden en la sociedad. Todos temen, en efecto, que no sea otra cosa que el signo de una decadencia de los valores tradicionales de la familia, la escuela, la nación, la patria y sobre todo la paternidad, el padre, la ley del padre y la autoridad en todas sus formas. En consecuencia, lo que perturba a los conservadores de todos los pelajes ya no es la impugnación del modelo familiar sino, al contrario, la voluntad de someterse a él. Excluidos de la familia, los homosexuales de antaño eran al menos reconocibles, identificables, y se los marcaba y estigmatizaba. Integrados, son más peligrosos por ser menos visibles.
En la actualidad argentina, esta hipotética exigencia de los movimientos de la diversidad sexual por la adaptación a las normas familiaristas me parece una farsa. Roudinesco, como muchxs intelectuales cisgénero, peca de universalismo heteronormativo. Aun discutiendo contra la derecha francesa –fue una de las pocas personalidades que públicamente se manifestó a favor de las adopciones gay- da por sentado que hay minorías y mayorías. Y por supuesto desde su universalidad ella habla, analiza e interpreta a los grupúsculos para otorgarles inteligibilidad.
Cuando militamos –y ganamos- el acceso al matrimonio, las personas LGBTI no pretendimos llegar a un modelo familiar pre-existente. Vinimos a legalizar nuestras familias. Siempre lo dijimos: nuestras familias ya existen, siempre existieron; teníamos el mismo amor, queríamos los mismos derechos. Porque no nacimos de un repollo, ni vivimos aisladxs de nuestro entorno social y afectivo.
Que efectivamente un alto porcentaje de nosotrxs haya sido expulsadx de su casa por ser sexualmente diversxs, nunca implicó un rechazo del sentido común de familia en la que habíamos sido criadxs y contenidxs. El acto discriminador no nos dejó sin familia. Nos permitió, en todo caso, hacer la nuestra.
En este sentido, gracias al nuevo Código Civil argentino, la familia está en desorden. No por la intromisión de un virus homosexual que ha trastocado el sentido oficial de la palabra. Sino porque ha visibilizado como familiares a nuestros lazos de todos los días. Nosotrxs, “las minorías”, no salimos del clóset con las nuevas leyes sancionadas. Somos todxs lxs argentinxs quienes asumimos como sociedad nuestra diversidad.
Lo vivimos en carne propia desde el momento en que nuestrx esposx puede acceder a nuestra obra social, a heredar bienes, a asistir a las reuniones de la escuela, a tomar decisiones hospitalarias, etc. sin importar el género de lxs cónyuges, de los xadres, de los yernos y nueras, de lxs suegrxs, de lxs abuelxs.
“Nuestras familias ya existen, siempre existieron; teníamos el mismo amor, queríamos los mismos derechos.”
Por eso no tiene sentido la pregunta sobre los roles paternos o maternos en la dinámica familiar. Porque nunca funcionaron realmente, a no ser a costa de una obligatoriedad que, seguro, causaba sufrimiento. Determinar funciones parentales específicadas por el género podría haber sido útil a alguna corriente psicológica, pero su valor teórico siempre fue acotado frente a la diversa realidad social. Hay papás-mamá y mamás-papá, cualquiera de nosotrxs puede reconocer las combinaciones y gradaciones posibles en nuestra experiencia personal. Por eso tampoco tiene importancia la vida sexual de los adultos en la crianza de lxs niñxs, porque nunca la tuvo antes. Sólo hacía falta quererse y cuidarse, como hace falta ahora. Y cualquiera, no sólo una persona LGBTI, puede distinguir entre amor y desamor.
Claro, tuvimos que explicarlo mucho, para poder convencer a diputadxs y senadorxs que estos cambios nos hacían bien a todxs, para que votaran el matrimonio igualitario. Y cada vez menos tenemos que explicar en una obra social, en un hospital, en una escuela o en un registro de adopción. Porque a poco de andar, queda claro que hacemos la nuestra, como cada persona hace su vida en una sociedad democrática y plural.
“Nosotrxs, ‘las minorías’, no salimos del clóset con las nuevas leyes sancionadas.”
El problema con “la” familia, si lo hay, lo tienen quienes no quieren vivir tal pluralismo y se esfuerzan en someter al resto a sus estrechos parámetros de vida. Hace más de un año escribí la siguiente carta a una rectora de colegio y quiero compartirla nuevamente porque es lo que sigo pensando:
San Miguel de Tucumán, 4 de noviembre de 2014
Sra. Rectora
del Colegio El Salvador,
Sra. Susana Claps:
Le escribo esta carta en mi nombre y en el de muchas personas más que se sienten identificadas con lo que voy a expresarle. En las últimas semanas circularon en las redes sociales las fotos de unos afiches que, corroboré, fueron realizados en el Colegio El Salvador, en clase de religión.
En ellos se afirma que las familias auténticas son aquellas unidas por lazos de sangre, a partir de un papá y una mamá que no pueden separarse. También se habla de la homosexualidad como un pecado, que debe ser corregida por los heterosexuales.
Por otro lado, también circuló el material de estudio que se utiliza, un libro de educación católica Nueva evangelización, doctrina social de la iglesia 5, de los autores Pedro de la Herrán y Aurelio Fernández, editorial Casals América, Barcelona, 2007, donde se afirma que “la historia universal confirma que ninguna sociedad ha dado a las relaciones homosexuales el mismo reconocimiento jurídico que a la institución matrimonial. Equiparar las uniones de dos personas del mismo sexo a los verdaderos matrimonios es introducir un peligroso factor de disolución de la institución matrimonial y, con ella, del justo orden social”.
Además, en dicho libro se citan declaraciones de la Conferencia Episcopal española, En favor del matrimonio verdadero, del año 2004, en contra de la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo.
Pues bien, no voy a abundar sobre la realidad de nuestro país donde la figura del matrimonio, según el Código Civil, dice lo contrario. Ni tampoco voy a extenderme en el hecho de que la Ley de Educación Sexual Integral introduce con claridad contenidos sobre la diversidad afectiva sexual.
El objetivo de esta misiva es otro. Me preocupa la cantidad de niños, niñas y adolescentes que en estos momentos están escuchando estos discursos por parte de sus educadores. Tengo 44 años, soy tucumano, me eduqué en un colegio católico y sé de qué le estoy hablando. La asunción de mi deseo amoroso, no sólo sexual, fue realmente estresante. He recibido durante toda mi infancia y mi adolescencia estos mensajes. He sufrido y he visto sufrir inútilmente a familias enteras por esta mirada que, aparentemente, busca la justicia, el amor y el orden social.
Este tipo de docencia sobre la diversidad sexual y sus expresiones sociales y civiles no sólo estigmatiza, sino que fomenta la compasión hacia algunas personas considerándolas imperfectas, inferiores, peligrosas. Por no tener papá y mamá, por no tener vinculo biológico con su familia, por no cumplir con los requisitos de una supuesta familia verdadera y única. Por ser gay, lesbiana, bisexual, transexual o intersexual. Todas estas realidades viven en nuestra sociedad. Todas estas personas pasan por nuestra escuela.
Es larga la lista de adolescentes gays, lesbianas, trans que padecen terapias psicológicas de corrección, que son objeto de acoso escolar bajo la mirada cómplice de docentes y autoridades, que muchas veces han llegado al suicidio como única salida.
Me preocupan sus estudiantes. Todos. Los heterosexuales también. Porque si aprenden de estos discursos, serán los responsables de la segregación de sus pares. Y de sus hijos, familiares, compañeros de trabajos, colegas, etc. que no cumplan con el estereotipo de familia auténtica.
Le propongo que encontremos vías de comunicación para salvar estas situaciones. Seguramente podemos generar espacios de reflexión e intercambio entre estudiantes, docentes, directivos y familias en torno a este tema. Para que realmente podamos convivir y acompañar a las nuevas generaciones en la construcción de una sociedad inclusiva y diversa.
Atentamente,
Fabián Vera del Barco.

Como dije antes, pasaron muchos meses desde que envié esta nota. Fue viralizada en las redes sociales, llegó a España y desde allí se reenvió a las autoridades educativas de Tucumán. Entonces decidieron convocar formalmente a la rectora. Hasta donde me enteré, nunca se retractaron. No modificaron su posición respecto de los contenidos, no organizaron ninguna actividad de reflexión sobre lo acontecido. De hecho, nunca recibí contestación personal alguna por parte del Colegio El Salvador. Pero en compensación, me inundaron mi computadora de mensajes de apoyo y solidaridad.
Seguiremos haciendo la nuestra. Que no es ni más ni menos que vivir en democracia. El disfrute de la diversidad, ése es el desorden que quiero para nuestras familias.