Marina Campestrini acaba de cumplir 23 años y pareciera que lleva toda una vida relacionada con el arte. Primero, fue el violín, luego la danza. La poesía y la pintura también atraviesan sus días y una manera de crear marcadas por la experimentación y la búsqueda de nuevas formas.
Gastón fue el nombre que sus padres le dieron. Pero ella (o elle) no se identifica con esa forma de nombrar y, como le gusta el mar, eligió llamarse y que le llamen Marina. “No me molesta nada de mi cuerpo, pero mentalmente no me considero hombre para nada, aunque no me considero mujer tampoco, estoy como en el no binarismo”, explica.
Si bien actualmente está estudiando en la Universidad Nacional de las Artes en Buenos Aires en donde también forma parte de una compañía artística, por la pandemia estuvo en Tucumán los últimos meses y decidió armar un taller en la Veleta Cultural en donde propone a sus alumnos aprender danza desde otro lugar: el de la investigación y el cuidado corporal.
Justamente por el lado de esa investigación sensorial y propioceptiva va su interés a nivel académico. Y su taller también. La idea, cuenta, es que cada participante investigue su cuerpo y baile sin estructuras inamovibles. Al mismo tiempo, más allá de todo lo introspectivo de la propuesta, comenta: “La búsqueda es colectiva”.
Parte de la propuesta pasa también por “liberarse de lo que nos juzga”. “Que cada persona sienta su cuerpo con los ojos cerrados, desde el no ver, desde el sentir realmente”, describe sobre los ejercicios con los que arranca los encuentros en la Veleta Cultural.
Esas actividades se alternan con pasadas técnicas que muestran, por ejemplo, cómo hacer un pasaje para moverse por el piso. “Son más que nada formas que pueden hacer o usar para el cuerpo”, explica sobre algunos abordajes que se hacen en las clases en donde también juegan con la improvisación.
En cuanto a su formación, Marina dice que pese a los años que lleva en el mundo de la danza, sigue aprendiendo mucho. “Estoy haciendo una investigación personal, tanto para el cuidado del cuerpo como sobre la fluidez corporal”, señala.
Entre Buenos Aires y Tucumán
Si bien Marina regresará en abril a Buenos Aires y este mes se termina el dictado de su taller, la idea es regresar con su arte en algún momento, al menos para compartir su búsqueda y las herramientas adquiridas en el camino.
Aunque todavía no tiene decidido en dónde se quedará (o si se quedará definitivamente en algún lugar), por lo pronto, Campi -como le dice parte de su entorno- alterna entre Tucumán y la Capital. “Todavía no elegí un punto de llegada”, cuenta. “Tengo decidido que todavía no me quedaré en ningún lado, siento que todavía estoy estudiando e investigando”, agrega.
Lo que sí tiene en claro es qué quiere hacer artísticamente. “Con el tema de la danza, quiero hacer obras siendo coreógrafe, estoy estudiando composición coreográfica y con eso tengo pensado armar obras”, comenta.
Si bien en Tucumán aprendió mucho y siente mucha gratitud con docentes que se cruzaron en su camino, en algún punto sintió que necesitaba otra visión y otro empuje que no lograba encontrar, así que se fue a buscar más aprendizajes a otras latitudes en donde hay técnicas, como la técnica Gaga (solo por nombrar alguna), que acá aún no han sido muy exploradas.
Y más allá de la partida, anticipa que eventualmente habrá un regreso, aunque sea de visita. “Cuando vuelva quiero seguir dando cursos para fomentar mi arte y otra forma de bailar; no es la mejor la mía, ni la peor, simplemente es diferente, cada une con su estilo”, aclara.
Entre la “a” y la “e”, pero no con la “o”
Marina se nombra a sí misma como bailarina, artiste o coreógrafe. En estos últimos años fue mutando y la “o” al final de las palabras para nombrarse a sí misma comenzó a quedar relegada.
Su decisión generó cierta tensión familiar, como también el rumbo profesional que tomó, pero al final hubo paz. “Me gusta con mis amigues usar la ‘e’ o la ‘a'”, cuenta. Aunque la “o” no le molesta, tampoco le representa. “Yo antes me llamaba Gastón, en el DNI sigo siendo Gastón, pero me parece como un nombre que nunca me representó tanto”, recuerda.
En su casa, el camino que eligió generó revuelo porque además se destacó en física, química, matemáticas y materias que hacían imaginar que terminaría en alguna carrera como Ingeniería o Arquitectura.
“Fue como todo un cambio de mundo en mi casa, generó muchas peleas, discusiones, miedos tanto para elles como para mi. Yo también pienso, ser artista en Tucumán y en Argentina está cómo difícil, pero es el camino que decido recorrer”, reconoce. Y lo del paso de Gastón a Marina también fue un tema, “más que nada por esa costumbre que se genera con los nombres”.
Por otra parte, aclara: “Hay mucha gente que me conoció como Gastón y generó cierto vinculo con Gastón”. “Ya terminé esa etapa, pasé a otra, pero no me molesta el hecho de que me llame ‘Gastón’ gente que me conoció así, lo acepto y forma parte de mi vida”, ahonda.
Miradas que violentan
Marina reconoce que a veces recibe miradas que cargan rechazo, miedo o burlas. Y que eso pasa en Tucumán, pero también en Buenos Aires. Cuenta que le pasó tanto en la secundaria como en las calles esa cosa de “recibir esa diferenciación de ‘este chique es diferente'”. “Me acostumbré a eso”, indica.
¿Pero qué miran? ¿Por qué? “Miran porque es algo extraño en la calle tucumana, no es algo común”, dice Marina sobre lo que muestra cuando sale. “Tampoco es que me pese, es normal que miren, pero sentís ciertas intenciones: ‘este mira con amor o sorprendide y este enojade'”, describe acerca de las formas de mirar que enfrenta cuando la gente se fija en su vestimenta o en su forma de moverse. “Voy mutando, un día me pinta uno, un día otro, eso creo que es lo que llama la atención, de estar vestido muy raro, muy diferente”, cuenta sobre la ropa que usa.
Cuando esas miradas se hacen intensas, cuando las enfrenta de noche y está sola, siempre está alerta para reaccionar si algo “se pone medio turbio”, cosa de salir corriendo.
“Depende del entorno, siempre hay entornos, en la calle donde está todo el mundo te encontrás con todo”, comenta sobre los múltiples escenarios cotidianos que transita. Marina, con su andar, refleja una posición personal y política. “Yo siempre que voy a salir a la calle siento que estoy en una performance porque la gente mira”, confiesa. Y ahí, como en el curso que da, invita a mostrar que existen “otras posibilidades de movimiento, de bailar, no siempre (de hacer) lo mismo”.
Y así piensa seguir, investigando y jugando con las infinitas posibilidades de ver y de hacer, tanto en la danza y el arte como en la vida.