A pesar de que el trámite de apostasía me había resultado engorroso, y que sabía que podía negarme a asistir a esa “entrevista”, también sabía que, en el caso de Tucumán, negarme podía dilatarlo más. De todas maneras estaba contento de llegar a este último tramo de lo que sentía como una maratón para llegar a mi apostasía.
Pedro Cocaña, el laico, me había citado ese sábado a las 10.30 de la mañana. Fui entusiasmado pero me puse un poco intranquilo cuando llegué al Arzobispado y lo encontré cerrado. ¿Será alguna treta? ¿Será otra traba más en mi trámite? Traté de calmarme y lo llamé. Me pidió que vaya a la entrada del Tribunal Interdiocesano, el lugar en el que tramitaban la apostasía en Tucumán, a mitad de cuadra en el mismo edificio, que parece ocupar toda una manzana.
Pedro tiene 64 años, es muy carismático, con un cierto aire de… sacerdote mitad catequista. De manera muy cordial me hace entrar a una oficina que quedaba en lo que parecía un patio final. El ambiente estaba muy frío, y además era un día nublado. La estética era la misma del otro sector, toda muy pulcra y blanca. El espacio era bastante amplio pero había sólo una silla y un escritorio. Insistí con el distanciamiento social y nos sentamos alejados entre sí.
Escarbando en mí
Pedro me miró, se sonrió y comenzó una conversación conmigo. Al principio él quería conocerme, saber cómo era yo, qué estaba haciendo de mi vida, escarbarme. Quería saber cómo llegué a la decisión de hacer mi apostasía. Acepté la entrevista sabiendo que gran parte de la charla iba a ser un intento de que desista del trámite, pero decidí que si iba a estar ahí iba a hacer valer ese tiempo.
Le di toda la información que Pedro me solicitaba: nací en una familia católica y fui bautizado; que la biblia había sido mi primer libro, que me eduqué en un colegio religioso y tomé los sacramentos de la comunión y la confirmación, que, además, fui catequista. Pero que fui creciendo y comencé a notar las incongruencias del dogma y sus diferencias con la fe. Le dije que el inicio de la facultad interiorizó mucho más mi pensamiento. El famoso “pienso luego existo” de Descartes me marcó, comencé a entender a la humanidad como hacedora de sí misma y no la creación de un ser supremo. Como era de esperarse, la charla a partir de ese momento se convirtió en una seguidilla de contrapuntos.
Un cambio de paradigma
Continué diciéndole que, además de lo anterior mi apostasía en Tucumán fue impulsada por el descubrimiento de mi identidad sexual, hecho que me había marcado profundamente. Que había entendido muy temprano que aquello era algo que la Iglesia no sólo no compartía, sino a lo que se oponía. Le expliqué que al principio pensaba que eran “otros entendimientos”, pero que después había visto cómo Bergoglio, el Papa Francisco cuando era Cardenal Metropolitano, se opuso al Matrimonio Igualitario, a eso que había mejorado tanto mi vida. Que el mundo había cambiado su paradigma.
Pedro me preguntó qué era para mí un paradigma, como un docente que toma un examen. “Es un cúmulo de saberes universales, que casi siempre son epocales y representan para la sociedad o para un mundo en el que se vive, un significado. Por ejemplo, cuando se creía que el sol giraba alrededor de la tierra y no al revés. Copérnico lo dijo, y la Iglesia lo encerró para el resto de su vida intentando evitar lo inevitable. Ese es un ejemplo de un cambio de paradigma a nivel universal.”
Cristo y la Barbarie
Pedro me dijo que el mundo había pasado de la barbarie a la civilización gracias a Cristo. Me explicaba, con sus palabras, que antes el mundo era un mundo en el que se imponía “la ley del más fuerte” y que las civilizaciones eran solamente lo que le importaba al poder, hasta que vino Cristo y les hizo ver un camino totalmente diferente. “La vida es otra ya, gracias a Cristo”, entendía ese argumento porque lo escuché muchas veces. “Entonces, Pedro, ¿lo que usted dice es que Cristo llegó a iluminar el camino de esas civilizaciones antiguas?”. Él me respondió “¡Exactamente!”, pensando haber marcado un punto en mí.
Pero yo le respondí con otra pregunta: “Entonces ¿Cómo se explica el exterminio de los pueblos originarios latinoamericanos a través de la mano de los conquistadores con la imposición del catolicismo en sus creencias?”. Me miró con desconcierto y me respondió con algo que se volvería una muletilla a lo largo de toda nuestra charla: “bueno… habría que verlo bien, habría que estar ahí. No te quedes solo con lo que hacen las personas de la Iglesia, Dios te ama.”
Longevidad y perpetuidad
Continuó diciéndome “Mirá, Miguel, no podemos ponernos como jueces… el hombre siempre fue pecador, no es que conocemos a Cristo y nos convertimos en ángeles. El hombre siempre se equivoca, es una lucha diaria pero vale la pena vivirla. La iglesia tiene más de 2000 años. Han pasado civilizaciones enteras y ella continúa ahí.” Le respondí que yo no creía que algo, solo por permanecer mucho tiempo, era bueno. Y que, de hecho, permanecer mucho tiempo tampoco aseguraba su existencia para siempre: “El Imperio Egipcio vivió y reinó durante más de 4mil años… y hoy no somos politeístas, tampoco creemos en los dioses egipcios. La edad no asegura una perpetuidad ideológica, Pedro.”
Veía cómo aumentaba su frustración, pero no era algo que me hacía sentir incómodo. Yo había aceptado las condiciones que ellos me habían impuesto para tener mi apostasía, y mi objetivo era ese. Continué diciéndole que, sin ir más lejos, ahora mismo la Iglesia está en crisis, que de otro modo no lo tendría yo sentado delante de mí pidiéndome que me quedara. Con un poco de consternación me respondió: “¿Y te parece poco?”.
El libre albedrío
Yo me quedé anonadado con esa respuesta, y le fui sincero: “No sólo me parece poco, sino que me parece mal.”, le dije, “Ustedes deberían, en su infinita misericordia y poder de entendimiento, decirme ‘¿Sabés qué…? Tenés razón. Podés irte, podés tomar otra fe, podés hacer lo que quieras’ y no intentar retenerme con trabas, reuniones ni dilaciones”. “¡No, no, no, Miguel! Nadie quiere retenerte a toda costa”, “Pedro, se lo digo sinceramente, pareciera que no me dejaran ir. ¿Cómo es que a más de un mes del inicio de mi trámite de apostasía aquí en Tucumán, cuando presenté todos mis argumentos y mis intenciones por escrito, e insistí innumerables veces por teléfono al no ver voluntad de su parte, esto continúa? Hay otras provincias en las que son más respetuosos, el trámite demora la mitad de tiempo y la apostasía se la está realizando hasta de manera online”.
Pedro no perdía las esperanzas: “Miguel, no es así. Es decir, sí es así, como vos decís, pero no porque no te dejamos ir, sino porque para nosotros sos más que una persona: sos bautizado, sos un hijo de dios, entonces sos importante para nosotros. Somos una comunidad que te quiere y queremos lo mejor para vos.” De repente, para Pedro, yo no sabía qué era lo mejor para mí mismo, pero ellos sí. Pedro no dimensionó que, si me ponía quisquilloso, podría ver eso como un insulto.
A pesar de mi mirada un poco fuerte, Pedro siguió con su idea. “Miguel, nuestra fe no es un convencimiento, no es una ideología. Nuestra fe es vida, nosotros vivimos nuestra fe. No rezamos un rosario porque sí: rezarlo nos fortalece contra el maligno y las cosas malas que pueden suceder en este mundo.” “Pedro, ¿sabe usted cómo se concibió la biblia?” le dije. Me miró nuevamente con desconcierto. “Yo se lo cuento, Pedro, no se preocupe. La Biblia se generó en el Concilio de Nicea. Para definirse católico el Imperio Romano decidió qué textos quedaban y qué textos no. Fue algo político. Todas las festividades católicas, de hecho, son eventos paganos. El 25 de diciembre, la Pascua, todos eventos paganos. Eran eventos que ya existían, estaban institucionalizados, y se los apropió de manera conveniente para poder gobernar.”
Una autopercepción equivocada
Por momentos, hablar con Pedro era un poco como hablar solo. En lo que él me transmitía no había hechos, había dogma. Continuó diciéndome “Miguel, ¿Vos has hecho alguna vez el intento de hablar con Dios? Dios está en todo lugar, comentale a él lo que sentís. Él te responde a través de hechos, a través de vivencias, y también te puede llegar a responder para que lo escuches. Yo lo escuché, por eso te digo. Te va a hablar en tu mente y en tu corazón. Dale una oportunidad a Dios. Nosotros no discriminamos, nada te discrimina más que una sociedad. Nosotros no.”
“Pero sus representantes sí”, le dije. Me respondió “¿Los representantes de la Iglesia? No lo creo. Nosotros somos abiertos, somos reflexivos. En mi congregación somos muy buenos entre nosotros.” Un poco riéndome por dentro, pero con mucha calma, le dije: “Bueno, en ese caso lo invito Pedro a que vea las redes sociales de la persona que lo envió a usted a esta reunión, el Padre Martín Aversano, en las que su párroco comparte imágenes de Hitler con el pañuelo verde. Me sorprende en ese caso que un representante de esa Congregación tan maravillosa a la que usted pertenece haga eso.”
Los intermediarios de dios
Hay un largo silencio incómodo de parte de Pedro en donde no dice nada y piensa. Después de casi un minuto me dice “Bueno, Miguel, pero no te quedés con lo que hace Martín, yo o el Papa. No te quedes con lo que hacemos las personas de la Iglesia. Nos equivocamos, somos fríos, no demostramos cariño, siempre nos falta un par para el peso, pero dios te ama, ¡dios te recontra ama!” y se sonríe. Nuevamente el mismo argumento y además demasiado incómodo. Yo lo miro serio. “Me parece más que curioso, Pedro, que siempre sus argumentos terminen así. Siempre hay algo que les falta y ustedes lo único que hacen es admitirlo con una sonrisa.”
“Mire, Pedro. Pienso que, en el caso de creer que un dios me ama, también creería que no necesito de un intermediario para llegar a él si así fuera el caso. No necesito al Papa, ni a una Iglesia, ni a una imagen. El protestantismo, por ejemplo, trabaja de esa manera: no se necesitan intermediarios para mediar la relación propia con dios. ¿Me entiende?”, “Está bien, Miguel, pero que lo digan es una cosa y que tengan razón, que tengan la verdad, es otra. Jesús fundó una Iglesia…”, “Sí, Pedro. Mahoma también fundó una.” “Yo te hablo de nuestra Iglesia y de alguien que es mucho mejor que Mahoma, mucho más que Mahoma. Es Dios mismo, que nos enseñó el verdadero camino”.
Un momento de empatía durante mi apostasía en Tucumán
La conversación comenzaba a tornarse un poco tediosa, “Otra vez, señor Pedro, me está dando creencias y no hechos.” Con un poco de virulencia me dijo “Cristo murió por nosotros ¡Decime qué más hechos querés!”, entendí ahí que Pedro realmente no podía diferenciar los hechos de las creencias. Yo había nacido en una familia católica, pero gracias a mi formación profesional, mi posición ideológica fue dándole peso a la razón y al pensamiento lógico, entendiendo al dogma y la fe de una manera mucho más compleja; entendiendo también que el paradigma contemporáneo ya no estaba dominado por la Iglesia, institución que yo considero repleta de una moral caduca, discriminatoria, excluyente y potencial y políticamente orientada hacia la derecha, a la que Pedro pertenecía.
Podía sentir a dos metros la impotencia de Pedro, la veía en sus manos. Comenzó a contarme cómo era su vida, cómo fue signada casi a la misma edad que la mía “con la llegada de dios”. Puso una especie de paralelismo en el que asumía que yo estaba “perdido” como lo había estado él a mi misma edad, y que necesitaba a dios tanto como él lo había necesitado en su momento. Sin darse cuenta lo ofensiva de su comparación, me contó que él sintió que la Iglesia lo acogió en un momento desesperado de su vida. Que él había rezado mucho para estar conmigo ese día, y que le pidió a los suyos que rezaran también con él, porque “un hermano se quería ir de la iglesia” y eso era algo malo, que seguramente yo estaba sufriendo, entonces rezaban para que yo encuentre de nuevo el camino.
Entendí que quizás, dentro de su propia visión del mundo, identificaba equivocadamente su vida con la mía, y por eso invertía tanta energía en retenerme con el trámite de apostasía. Fue ahí que le dije que no se preocupara, que yo no estaba mal ni estaba sólo. Le comenté que por suerte hago terapia y que eso siempre me sirvió como apoyo y fortaleza. Que consideraba tan importante a mi salud mental como él a su mundo espiritual. Ese momento de conexión duró muy poco y luego volvió a apartarse de la conversación. Retomó su dogma: que “los miles de mártires dieron su vida por Dios y por la iglesia”, que “Cristo resucitó por todos nosotros”, que “hay una vida después de esta”, … nada que ver con lo que estábamos charlando, pero bueno, esa fue su respuesta.
(continuará…)
Partes anteriores de “Apostasía en Tucumán: Una Crónica”
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