Cuando nos juntamos con mis amigas siempre nos sentimos aireadas. Estar entre maricas a veces te hace dimensionar qué tan hétero es el mundo que se escapa a ese momento. Comentamos nuestra cotidianeidad hasta que nos encontrando volviendo atrás en el tiempo. Llega así ese instante en el que todas comenzamos a poner sobre la mesa los recuerdos de mucho andar y a comparar nuestras experiencias.
Las que integramos mi grupa de amigas rondamos entre los 22 y 28 años. A veces sentimos que hay una gran distancia entre unas y otras. El Tucumán en el que vivimos ha mutado tanto y tan rápido, y de manera abismalmente diferente en los barrios y la capital, que es difícil hallar los puntos de encuentro.
Los chongos y los sentimientos siempre están dentro de las charlas. Entrecruzamos mucho también: qué ha sido de nosotras ayer y qué es de nosotras hoy, qué fue aquel mundo y cómo es ahora, cambios y continuidades, qué hubiese sido de quienes somos hoy en aquel mundo que solíamos habitar en el pasado… Nuestras charlas maricas son poderosas, a veces más terapéuticas y transformadoras que cualquier diván o promesa política.
Las comunicaciones
De tanto en tanto nos gusta armar el aquelarre: hacemos alguna pizza, nos juntamos en algún bar, comemos pastafrola. Las charlas más hermosas se nos dan ahí. También tenemos nuestro grupo de Whatsapp en el que compartimos cosas que nos resuelven la vida: el nombre de teléfono de algún plomero, de algún doctor, alguna que otra receta de comida, uno que otro libro o serie, la intelligentzia chongueril. Las nuevas aplicaciones de mensajería, las redes sociales, los smartphones, todo esto ha modificado nuestro modo de relacionarnos. Tenemos una fluidez inédita en el contacto marica-a-marica. Tenemos Grindr, Hornet, ManHunt, Scruff, Tinder, Badoo, además del Facebook, Instagram, etc. También la posibilidad universal de la pornografía gay en todo momento. Series y películas maricas a la altura de un click en YouTube o Netflix. Post y post y post lleno de recomendaciones cuando una decide dejar de remdomnear y comienza a leer las reseñas.
La virtualidad se ha parado al lado de una realidad alcanzada: la de los boliches, bares, lugares de teje, levante callejero, el matrimonio igualitario (podemos anunciar que estamos casados en Facebook). La virtualidad no sustituyó modos de vida previos, pero sí ha generado nuevos, ha transformado la forma de vincularnos.
Lxs niñxs que fuimos
En el caso de la mariquita que fui, en el tiempo que me tocó vivir la infancia, y sobre todo en el lugar que me tocó vivirla, nada de esa virtualidad existía, al menos no para mí. Nací en 1991, y la novedad en mi época fue la televisión por cable. Eso era un lujo comunicativo en el barrio en el que yo vivía. ATS y CCC eran los que te proveían el servicio; estaba también Sky, que era satelital, pero era carísimo para nuestro bolsillo. De 1997 a 2006 viví en un barrio pobre de La Talitas, en Tucumán, que empeoró mucho su situación con la crisis de 2001.
De los abundantes -al menos para mi familia- años 90s, había quedado una grabadora de VHS en casa que le regalaron a mi vieja para su casamiento y un montón videos para niñxs de la revista Caras que yo coleccionaba. Esos fueron mis objetos más preciados durante mucho tiempo, junto con la grilla de programación de los canales. Recuerdo que utilizaba los VHS de los dibujitos para grabar encima las películas que pasaban por el bello y adorado I-Sat de aquellos años. A Tom & Jerry los despedí para decirle hola a Head On (y su escena del chico de calzoncillo blanco haciendo flexiones de brazos), Beautiful Thing, Mambo Italiano y los capítulos de mi amada y muy educativa Queer as Folk… esas eran las historias a través de las cuales yo vivía (y me pajeaba, obviamente). Eran toda una sentimenteca.
Durante el año que pasé sin videocable (que lo recuerdo a fuego) comencé a armarme una colección de recortes de revistas y catálogos de Tsu Cosméticos, Avon, Martina Di Trento y de quién sabe cuántas más. Arrancaba las páginas en las que vendían bóxers para hombre que obviamente nunca compraba. Los guardaba dentro de una bolsita de plástico duro y los metía en un hueco que había hecho en la madera del ropero. ¡Válgame la emoción cuando los encontré casi 10 años más tarde! También están todavía mis VHS, porque mi antigua casa continúa albergando todas esas cosas.
Los primeros cybers en la zona comenzaron a aparecer recién en 2003, eran carísimos y tenía que caminar 20 cuadras para sentarme 30 minutos en una máquina con miedo a que alguien me descubriera viendo micro-videos porno gays en mute. Cada centavo que tenía iba a parar a unos minutos conectado en el MIRC. Fue con el canal #tucumanos que mi cabeza hizo un primer salto. A mis 13 años comencé a chatear con otras maricas todo el tiempo que podía. No recuerdo las charlas muy nítidamente, pero sí que algunas me estremecían, me latía fuerte el corazón, tenía ganas de encontrarme con alguien a culiar, a amar, ganas de salir. Igualmente era tachado una y otra vez por la edad, jamás concreté ningún encuentro, pero recuerdo a una marica bastante mayor que me dijo “tenés que conocer a alguien de tu edad, y crecer juntos”, c’est fini.
Si bien el barrio era hostil, sexualmente recuerdo que tuve un par de toques con los pocos amigos que tenía. Era común juntarnos a ver películas y que se quedaran a dormir en casa. Todo lo que sucedía en esas noches era resguardado en secreto mutuo: uno lo había hecho… y el otro también: contar lo que el otro había hecho implicaba contar lo que uno había hecho. Claro que no sólo estaban resguardadas esas “prácticas” por el secreto, sino también por la sumersión, es decir, a lo que sucede por debajo de lo permitido, enmascarado en las apariencias. Aprendí esta palabra leyendo sobre amores entre hombres durante el siglo XIX, que sirve para pensar la homosexualidad en entornos de mucha represión. Por ejemplo, durante aquella época no era algo mal visto que dos hombres compartieran una cama para dormir, entonces por ahí había “sumersión” (se imaginarán). O que las mujeres pasaran mucho tiempo juntas, hasta que se dieran besos. ¡Viva la sumersión! (?)
Si bien la calentura siempre encuentra formas de resolverse, no pasa lo mismo con todo lo que uno tiene que atravesar. La información que necesitabas para entenderte a vos mismo era de difícil de encontrar, las comunidades estaban muy lejos y sólo las veías por tele. Las maricas que crecimos en los barrios por lo general no tuvimos a nadie que nos explicara nada, que nos oriente en la putez, que nos tire una idea que justifique esa cosa interna tan poderosa que sabías que no ibas a poder contener para siempre. Te sentís el puto más solo del mundo. El videocable en ese momento era la única “ventana”, la esperanza de encontrar haciendo zapping en la tele a Fernando Peña o a Antonio Gasalla y su troupe.
Celular no tuve hasta 2005, así que casi que no cuenta. Sí recuerdo que con el primero con pantalla a color me gastaba todo mi abono viendo fotos de “hombres desnudos” en internet y leyendo sobre sexo anal, porque era mi obsesión y mi terror. Nunca me escribía con nadie porque no conocía a nadie en realidad… y esto cambió sólo cuando me mudé a la ciudad y comencé a vivir.
Yo niño hoy
Como siempre, en aquella época también “lxs chicxs” la pasábamos peor que “los grandes”. Porque si eras un poco más grande, tenías más posibilidades. Podías ir a enganchar al parque de noche, o al Diva pre-histórico, o al ciber Libélula, o a los cines porno, tenías un mundo de posibilidades a las que con unos años menos no podías acceder. Conocerte con alguien que te explique el mundo y te acompañe en eso. Las maricas pequeñas de la misma época estábamos solas, aisladas, sin muchas posibilidades (y eran menos posibilidades si eras pobre y vivías en un barrio como el mío). Mi adolescencia recién la pude comenzar a vivir pasados mis 18 años.
¿Qué hubiese sido de nosotrxs si hubiésemos vivido nuestra infancia hoy, con todo este universo virtual nuevo? Ellxs están hermosamente rodeados de ventanas y de puertas, al menos muchas más que hace 20 años atrás. Seguramente me hubiese sucedido lo mismo que a las maricas pequeñas de hoy (al menos a muchas de ellas): viviría esa adolescencia en la adolescencia. Quizás no habría un secreto invivible, o por lo menos lo viviría más acompañado, con más acceso a ideas, a historias, a lugares… A veces me resulta increíble escuchar a la gente que dice que las tecnologías de la comunicación son perjudiciales o que, en el mejor de los casos, “no han modificado nada” más que “profundizar la alienación”. Y lo hablan como si las vidas de quienes soñábamos con un mundo más vivible no fueran relevantes en ese diagnóstico.
Comencé hablando de mis amigas, y es porque esta charla salió desde allí. ¿Quién piensa hoy en esxs lxs niñxs?¿Son las TICs un reaseguro de libertad, de democracia? Mi pregunta es un poco más que retórica. Lo que está sucediendo hoy entre las nuevas posibilidades de comunicarnos y las subjetividades es increíble. No sólo por poder encontrarnos tan rápidamente, sino por poder sanar igual de rápido. Sanar incluso antes de ser heridxs. Por supuesto habrá peligros, como en todo, pero las infancias han entrado en el pensamiento político de los movimientos travas, maricas, lesbianos, positivos, feministas, animalistas, ecologistas… eso es un reaseguro. Pensar en el Tucumán del futuro hace latir mi corazón más fuerte.