14 de noviembre de 2015

Francisco es Bergoglio

El Honorable Consejo Superior de la UNT aprobó con el voto de casi todos/as sus integrantes –con la excepción del voto negativo del consejero estudiantil Agustín Santos- la propuesta de otorgar el título de Doctor Honoris Causa al Papa Francisco, con el motivo principal de ser un líder progresista de la Iglesia Católica. En las siguientes líneas expongo ciertas razones por las cuales habría que rechazar el otorgamiento de este honor a Jorge Bergoglio como el máximo representante oficial de la Iglesia Católica.

En primer lugar, durante la última dictadura, Jorge Mario Bergoglio estuvo implicado en la entrega y desprotección de personas perseguidas, torturadas y desaparecidas por el terrorismo de Estado. Las investigaciones al respecto nunca llegaron al ámbito de la justicia, dado el alto nivel jerárquico que ocupaba en la iglesia argentina y la lentitud de los procesos judiciales por crímenes de lesa humanidad, que sólo en contados casos ha llegado a involucrar a personas fuera del rango militar. De esta manera, tal posibilidad se vio truncada aún más cuando fue ungido como soberano del Estado teocrático del Vaticano. Todos estos datos han sido investigados por el periodista Horacio Verbitsky y pueden leerse, por ejemplo, en una nota del diario Clarín de noviembre de 2011.

“Jorge Mario Bergoglio estuvo implicado en la entrega y desprotección de personas perseguidas, torturadas y desaparecidas por el terrorismo de Estado.”

Nadie en Argentina desconoce que llamó a una “guerra de dios” contra el Matrimonio Igualitario, considerando a quienes apoyaban esta ampliación de derechos como “operadores del demonio”. Esta posición homofóbica y segregacionista se puede leer en el documento sobre los proyectos de Ley de Matrimonio Homosexual.

La iglesia ha sido acusada públicamente por distintas naciones tales como Irlanda en el año 2011 y EEUU en 2010 de gestionar una estructura burocrática legal protectora de curas abusadores sexuales infantiles. Ya en el pontificado de Francisco, el 5 de enero de 2014, la comisión de derechos de los niños de Naciones Unidas elaboró un informe crítico contra el Vaticano sobre este tema (ver aquí y aquí). Así, se supo ampliamente que la iglesia no sólo era encubridora de personas acusadas por sus comunidades de vejar niños, niñas y adolescentes, sino que tenía instalado un modo sistemático de evadir la justicia civil en sus territorios fuera del Vaticano y acogía al interior del Estado Vaticano a altos dignatarios sospechados de estos delitos. En Argentina contamos hasta el día de hoy con el mediático caso del sacerdote Julio César Grassi con condena firme ya en abril de 2015 por el abuso de niños a su cuidado en su Fundación “Felices los niños”, que no ha sido expulsado ni condenado por la Iglesia católica. En cambio, si lo fue el sacerdote cordobés José Nicolás Alessio, a quien el Vaticano le quitó su status de sacerdote en abril de 2013 por su desobediencia al apoyar y declarar públicamente en varias oportunidades su adhesión al matrimonio igualitario.

El Sínodo de la familia fue otra muestra de la posición anti derechos de Jorge Bergoglio. En octubre de este año 2015, la Iglesia llevó a cabo el Sínodo o encuentro de jerarcas católicos para expresarse acerca del modelo de familia tradicional heteronormativo que equipara la biología a las construcciones sociales. En este sentido, viene afirmando que la familia sólo se da en la generación de hijos por un padre y una madre, unidos de forma indisoluble y toda otra forma de constitución familiar (homoparental, monoparental, ensamblada, reconstituida, etc.) mantiene el rasgo de “familia herida” que debe ser curada (ver aquí). El papa Francisco en persona continúa oponiéndose activamente en todo el mundo a la adopción de niños por parte de personas homosexuales.

“La Iglesia que dirige actualmente Jorge Bergoglio ha confirmado la incapacidad de una mujer para cumplir roles que no sean los de obediencia y sumisión a una estructura machista.”

Argentina se ha convertido en un país de avanzada en la promoción de los derechos humanos de los colectivos LGBT al igualar derechos civiles y al incluir a sectores de la población antes postergados en los mismos entramados legales: las familias son diversas y así las contempla nuestro código civil. El Papa Francisco desconoce la Ley de Identidad de Género que rige en nuestro país y afirma públicamente que esta perspectiva en la que se funda una norma nacional está basada en un error intelectual, al cual llama, fuera de todo marco teórico y científico, la “ideología de género”. Desconoce increíblemente con esta declaración décadas de militancia y estudio científico social de movimientos feministas y de la diversidad que con mucha valentía han enfrentado verdaderas ideologías de la opresión y el sometimiento de las diferencias. 

La iglesia es una organización de jerarcas masculinos que mantienen principios machistas con acendrada vehemencia, yendo a contrapelo de las conquistas logradas en el siglo pasado y en el actual en lo referido a la igualdad de géneros. Ninguna mujer dentro de la estructura eclesiástica podrá acceder nunca a un rol directivo, a partir de simples prejuicios históricamente consolidados. La inferioridad en la que se encuentran las mujeres dentro de esta estructura es insostenible en un mundo que marcha, con muchas dificultades, hacia la equiparación de roles e igualdad de oportunidades legales, sociales, morales, culturales entre varones y mujeres. Muy por el contrario, en vez de escuchar y ponerse a tono con el camino que llevan los países democráticos y respetuosos del derecho internacional, que declara los derechos de las mujeres, la Iglesia que dirige actualmente Jorge Bergoglio ha confirmado la incapacidad de una mujer para cumplir roles que no sean los de obediencia y sumisión a una estructura machista.

En cuanto a la educación sexual, la iglesia católica mantiene una posición firme en contra del uso del preservativo como medio de prevención de embarazos y de enfermedades, como así también al derecho de las mujeres a interrumpir voluntariamente la gestación. Inculca como norma universal y excluyente la relación sexual matrimonial y reproductiva y se opone a toda forma de liberación sexual que exprese un universo simbólico, emocional y social más amplio y humano. Si además se considera el impacto mundial que tiene la acción misionera y evangelizadora del catolicismo, estas aseveraciones que en un principio podrían caber a una comunidad de creyentes que viven su sexualidad de modo inocuo para el resto de la sociedad, se transforma en una práctica de dimensiones asesinas en regiones enteras como en África, donde el SIDA está haciendo estragos y tal moral sexual de la Iglesia católica prohíbe el uso de preservativos.

“Que nuestra Universidad Nacional de Tucumán piense otorgar un título honoris causa al Papa argentino es un retroceso en su historia, en sus principios y en su rol en la sociedad tucumana y argentina.”

Creo que la propuesta de otorgar un título de honor académico a un argentino que, efectivamente, ocupa un lugar privilegiado en el concierto internacional, con estos antecedentes ya descriptos, no es sino una señal de oportunismo político. Enfrentar y contradecir la popularidad del Papa Francisco recordando estos hechos no es una tarea políticamente agradable. Su pontificado ha sido signado, desde un comienzo, por un hábil uso de las herramientas mediáticas. Todos los días somos bombardeados por los medios de comunicación con noticias sobre Francisco. Su peso simbólico en la historia reciente de la Iglesia Católica, sitiada por incoherencias y oscuridades éticas, convierten al Papado de Francisco en una clara intención de renovación y limpieza de fachada del desgastado edificio clerical. Frases humanitarias con su firma inundan las redes sociales. Imágenes impactantes de su figura blanca protagonizando actos nobles como dar alojamiento en el palacio del Vaticano a un indigente, tomar un taxi o pagar una cuenta de hotel, son retransmitidas hasta el agobio por las pantallas generando en el imaginario social un contenido simbólico de alto valor.

Francisco llena estadios, celebra misa a millones de personas en los lugares históricamente colonizados por el catolicismo. Sobre todo en nuestras latitudes latinoamericanas, producto de una durísima historia de colonización católica, este gran protagonismo contemporáneo en los más diversos escenarios del mundo es un desafío para cualquier pensamiento crítico y descolonizador.

Ilustración de Nicolás Bulacio

Pero también nuestras instituciones académicas cargan con un valor simbólico de alta estima social. La universidad pública argentina es pionera en el mundo por su carácter científico, plural y democrático. La reforma de 1918 se alzó, entre otros motivos que los historiadores consignan, contra una mirada medieval de los estudios universitarios, con contenidos vetustos, con cátedras verticales y autoritarias, personificadas en muchos casos por referentes locales de la Iglesia católica. Argentina goza del privilegio de haber separado durante su primer centenario los roles distintivos de la Iglesia y el Estado. La generación del ‘80 creó las condiciones para la reforma universitaria: forjó un Estado laico que diseñó sus políticas públicas de forma abierta, sin distinciones de credos o cultura. La iglesia católica se opuso a la ley 1420 de educación primaria gratuita, universal y laica. Se opuso a la ley de matrimonio civil. Argentina llegó a romper vínculos con el Vaticano a consecuencia de la virulencia de sus acciones en contra de estos principios democráticos. La universidad pública argentina, en este sentido, sigue siendo un referente de este laicismo, pluralismo y democracia. Y la Universidad Nacional de Tucumán ostenta el privilegio de tener en su historia al primer Rector reformista de América Latina, el Dr. Julio Prebisch. Esta misma casa que, días antes de aprobarse la ley de matrimonio igualitario, mientras Jorge Bergoglio arengaba multitudes exigiendo el derecho superior de los niños y niñas a tener “mamá y papá”, llamando a una medieval guerra santa, esta misma Universidad convocaba a una mesa panel en su Centro Cultural Virla para debatir con altura, con ciencia, con democracia, el proyecto de ley y sus alternativas.

Que nuestra Universidad Nacional de Tucumán piense otorgar un título honoris causa al Papa argentino es un retroceso en su historia, en sus principios y en su rol en la sociedad tucumana y argentina.

Los gestos mediáticos no construyen la historia. Detrás de toda la fachada, Francisco sigue siendo Bergoglio.

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