2 de diciembre de 2016

Marchá en Tucumán, marica

Hace pocos días viví por primera vez una Marcha del Orgullo en Capital Federal. Fue uno de los eventos que esperé durante todo el año. Siempre miraba por con ansias por la tele o las redes las multitudes de mostras que desfilaban por Av. de Mayo. Nunca pude viajar. Año a año se me imponía la vida, las responsabilidades, el bajo presupuesto…

En Tucumán marché varias veces. Creo que asistí a todas las movidas que se realizaron desde la comunidad LGBTI. La primera que recuerdo fue más bien una concentración. Allá por el año 2010 Las Cruzadas habían organizado una contramarcha, para hacerle frente a una marcha evangelista que iba a dar la vuelta por la Plaza Independencia. Fui con ellas porque siempre me consideré un puto medio lesbiano, y porque necesitaba gritarle a ese montón de personas agarradas de la mano que nosotrxs no les teníamos miedo, que las calles también son nuestras. Ese día fuimos alrededor de 20 personas gritando y cantando frente a esa marcha en “defensa de la familia” que juntaba por lo menos mil personas. No recuerdo haber vuelto a ver registro de eso.

Después hicimos otras dos y tres marchas más apoyando la ley de Matrimonio Igualitario. Todas fueron marchas de orgullo para mí. Una fue particularmente masiva; recibimos el apoyo de amigxs y compañerxs al proyecto de ley. Luego, hace tres años, se organizó formalmente la marcha del Orgullo de Tucumán. No sé por qué, pero en nuestra provincia fundamos y refundamos cosas todo el tiempo. Intentamos ser lxs primerxs. Debo reconocer que cada vez que marché con un cartel o bandera del orgullo en Tucumán, sentí que hacía algo necesario. Todavía se sienten las miradas, y todavía el rechazo está latente. Además, la creencia de que tienen derecho a hacer visible ese rechazo se mantiene aún más.

Pero así como reconocí siempre el valor político de las marchas en Tucumán, también las subestimé. Porque tenía en mi cabeza imágenes de las multitudes marchando en Buenos Aires y de lxs activistas en la calle. También tenía las imágenes de miles y miles de personas disfrutando del espacio público. Porque el federalismo no existe en ningún lado. Políticamente, muchas veces nos construimos como espejos de lo que pasa en Capital Federal. Reaccionamos a sus convocatorias, nos sumamos a sus roscas y hasta reproducimos sus disputas.

Mis expectativas con respecto XXV Marcha del Orgullo del 2016 en Capital Federal, en este contexto social y político, eran altísimas… quizás demasiado altas, puedo decir ahora. Este sábado 26 marché con la bandera de Infancias Trans Sin violencia Ni discriminación. Y mi experiencia es, como la de todos, parcial. Fue una jornada con lluvia intensa, quizás por eso el glamour descendió varios casilleros en comparación con las cosas que veía por la TV desde Tucumán. Escuché a lo lejos los abucheos y las consignas. Era difícil escuchar bien porque la mayoría hablaba, bailaba, gritaba o se comía una hamburguesa mientras “el evento político” estaba en el escenario, cada unx viviendo su versión del orgullo.

Al finalizar la marcha me junté con otra marica tucumana a dar vueltas y tomar cerveza. (está un poco rara la secuencia aquí; ¿Te juntaste al finalizar la marcha o un rato antes para verlo todo “desde afuera”?) Quería vivir un poco el evento social que implica la marcha. Vi producciones hermosas, artesanales y profesionales, vi muchos cuerpos desnudos, vestidos, pintados, todos orgullosos y en la calle. Toda una bella monstruosidad frente al congreso de la nación.

Gran parte de lo político de la marcha en Buenos Aires se encapsula entre organizaciones históricas y nuevas secretarias de diversidad post‐matrimonio igualitario. También participan lxs militantes de siempre. Todxs ellos deben lidiar con el show con banderines del Gobierno de la Ciudad. También enfrentan las aspiraciones del mercado de convertir “lo gay” en turismo y la lucha en merchandising. El tamaño de las contradicciones y batallas es proporcional al de las carrozas. Vemos las carrozas desde allá por la tele.

Al parecer, la marcha en Capital Federal fue rara. El año fue raro. Todxs y cada unx de nosotrxs piensan cómo enfrentar el avance cultural de la derecha. Sucede que creo que los feminismos encarnan la política transformadora de este siglo. También creo que el colectivo LGBTI enfrenta una gran tarea. El acceso a la salud, a la educación y al trabajo sigue siendo una deuda pendiente para muchxs de nuestra comunidad.

Me volví a casa pensando que quizás esperaba demasiado, pidiéndole a la marcha algo que claramente no tenía obligación de darme. Descubrí entonces que para mí no significa lo mismo andar con la bandera del orgullo en la espalda en CABA que en Tucumán, donde todavía cuesta ganar las calles, tener visibilidad, aguantar a los machos y fachos que están incluso en la mesa familiar, o en las reuniones con amigxs. Lo que me gusta de la marcha del orgullo, es lo disruptiva, incipiente y todavía de bajo presupuesto que es la marcha tucumana.

Carlos Jáuregui dijo que “en una sociedad que nos educa para la vergüenza, el orgullo es una respuesta política” y creo que esas palabras están más vigentes que nunca.  Necesitamos que todas las calles del país sean transitables para toda la comunidad LGBTI, y eso no va pasar por “efecto derrame” a partir de las marchas de Capital Federal. Juntxs, conectadxs, pero no revueltxs tenemos que estar, que en cada territorio se suceden formas particulares de violencia. Que el federalismo también se debe construir en entre nosotrxs. Quizás a nadie le va a importar del mismo modo el pedido de Justicia por Celeste ni de Absolución para Belén, como a aquellxs que transitamos las calles tucumanas desde siempre. Y estoy seguro que el laburo a pulmón de las tucumanas va a reflejar ese orgullo como respuesta política fundamental.

¡Marcha en Tucumán, marica, torta, trava, trans, bi, milanesa de soja o lo que sea, hace tuya la Plaza Independencia, mostrarle a la sociedad “bien” que estamos vivxs, que vamos por todo, que la normalidad binaria y la aburrida heterosexualidad no pueden callar las voces de la diversidad!

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