Capítulo 8 de Visita, Francesa y Completo, Ediciones de la Flor, 1974.
Al salir todos a la calle los vecinos que estaban en la vereda empezaron a desaparecer misteriosamente. A nuestro paso lo único que encontrábamos eran las sillas vacías. Al principio me extrañe, luego… yo hubiese hecho lo mismo. Una manifestación de putas alegres y en carnaval es peor que la hinchada de Boca. A quien encontraban en el camino le tiraban bombas de agua. A los varones que cometían el error de cruzarse con ellas les metían la mano en la bragueta, si iban demasiado arregladitos en el trasero. A un señor que pasaba del brazo con su señora le reconoció una de las mujeres y le grito:
— Chau viejo Tomasino. ¿Hoy te tocó sacar a pasear el mono? Mañana te espero para chuparte la pija, no te olvidés esta noche tomé la pastilla para que se te pare.
En el baile la Gorda sacó las entradas para todos y ya en la mesa pidió cerveza como si se estuviese por terminar la existencia de que disponía la provincia.
— ¡A la salud de estos cornudos! —gritaba cada vez que se empinaba un vaso señalando a los que bailaban en la pista. Liliana era la más callada de todas. Al venir lo hizo separada del bullicioso grupo, ahora estaba sentada, pensativa, alejada mentalmente de todo. Yo que estaba sentado al lado del viejo Juan le comenté:
— Mujer extraña. Me tiene intrigado.
— ¿Quién? ¿Cuál de ellas?
— Liliana.
— ¿Por qué te tiene intrigado?
— Por su silencio, por su pasividad, por su sumisión, qué se yo.
— Realmente da pena, como se dice unos nacen con estrella, otros estrellados. Liliana pertenece a los segundos. Es huérfana de padre y madre. Algo que le dejó la madre de herencia ni lo olió ni le dio importancia. A los doce años el Burro la desvirgó, a los trece ya la hacían laburar en el quilombo, años después se enamoró de un tipo. Para qué. El fulano este vivía cagándola a palos y sacándole los pocos mangos que le quedaban, hasta que un día se cansó y la abandonó. Luego vino el Hugo, padre del mayorcito de los chicos, igual al otro. Con la diferencia que éste vive preso y ella tiene que laburar, atender a los hijos y atenderlo a él. Un punto le dejó el más chiquito, no se lo pudo sacar a tiempo, desde entonces Hugo le tiene más bronca y las palizas que le da, cuando esta fuera, son por el chiquito a quien no puede ni verlo. Como si ese angelito o ella tuvieran culpa. Mirá: mejor ni hablar.
— Cosa rara, me gusta hablar con vos Juan, y perdone el tuteo, es decir prefiero eso a bailar.
— Entonces hablemos de otra cosa. Fijate en ese que pasa ahí bailando.
— ¿Cuál?
— Ese. El de campera negra.
— Sí. ¿Qué tiene?
— Es hijo del mayor cafisho que hay en esta provincia actualmente, mejor dicho, de uno de ellos, porque de esta teta hay varios prendidos.
— ¿Quién es, Juan? El cafisho mayor digo.
— El jefe de policía.
— ¿Me estas tomando el pelo Juan? ¿Es joda esto?
— Claro que es joda. Mirá: Todos los quilombos tienen que poner el “arreglo” semanalmente. Los finos doscientas cincuenta lucas, los otros de acuerdo a la categoría, la clientela, etcétera. Las timbas, ladrones de autos, quinieleros, punguistas y ladrones, todos ponen. Los traficantes de cocaína, los grandes por supuesto, están en la onda también. Por ahí, a la larga, agarran un pobre infeliz que anda con cuatro o cinco “papeles” para rebuscárselas y que no está bajo la tutela de “EL PATRON”. Lo hacen para hacer teatro. ¿Y qué me contás?
— ¡La mierda!
— Con los quilombos el camelo cambia. Cuando los vecinos rompen mucho las bolas con denuncias mandan un allanamiento, pero primero le avisan al dueño que van a ir y por supuesto no encuentran nada. Labran el acta, y se rajan. Diez minutos después el quilombo está funcionando nuevamente. Eso sí, cuando alguno está atrasado en el “arreglo”, o le aumentan éste y el dueño no lo acepta, lo allanan sin avisarle. Doblete, porque les sirve para que la opinión pública diga que son celosos guardianes de la moral y al rufián lo presionan. Éste sistema lo usan con todos. “Arreglando” podes ser delincuente, sin “arreglo” N.O. Vas en cana y cobrás por el campeonato, porque no hay nada que les duela más que el saber que no les hiciste parte de algo. Y, ¿quiénes son más delincuentes? ¿La Gorda Julia o ellos?
— ¿Nunca nadie investigó esto? Yo en la “grande” ya tenía algunas noticias, ¿Pero tanto, Juan?
— Tendrían que empezar investigándose ellos, algunos pescados de los grandes y la plana mayor de la policía. Porque a los que no están en la trenza los trasladan al campo o los ponen disponibles para que no estorben. Hasta yo, que soy un delincuente viejo (pero honrado porque voy de frente) esto me tiene asombrado. Antes, algunas cositas no mayores se “arreglaban”. Pero ahora, hermano…
— ¿A qué creés que se debe todo esto, Juan?
—A la fabulosa cantidad de dinero que mueven, y a que la mayoría son más delincuentes que los que hay dentro de cualquier cárcel del mundo. Inclusive escuché que hay uno de los “grandes” que es más que el gobernador, que está en esto. Él hizo un trato con ciertos representantes de la “justicia”. Carta blanca para ellos en los arreglos que estuvimos hablando, a cambio de que persigan y den muerte a todo aquel que política o ideológicamente esté en contra de ellos. Sobre todo a las organizaciones guerrilleras que están luchando en la clandestinidad en busca de un cambio. O sea, que gracias a ellos, yo, la Gorda Julia y un montón dejamos de ser delincuentes. ¡Si es para no creerlo!
—La verdad, qué argumento para dejar de creer en todo.
—Todavía quedan los perros chicos para las sobras. Los pasquines que salieron con el río revuelto. Esos te caen a sacarte una “colaboración” para el diario, y si no te ponés te escrachan. Los dos diarios grandes no se meten en estas pequeñeces… Pero tampoco están en contra. Las tapan, su chantaje es más sutil. ¿O creés que ellos ignoran lo que estoy contándote? El pago por su silencio, es los grandes avisos autopublicitarios que hace el gobierno todos los días y lo que reciben por bajo el poncho. ¿Para eso querés trabajar vos?
—Pará, Juan, algún día esto cambiará, y a mí no me gustaría estar en el cuero de los que vos decís cuando esto suceda.
—Esto no cambia más, hermano. ¿Cómo hacés para desacostumbrarlos a los que tienen el “bollo” y la fuerza? Todos chantajistas, todos ladrones. Si esta mugre representa la honradez y la decencia de esta sociedad podrida que vivimos, me cago en la honradez y la decencia. ¡Vivan la prostitución y la vagancia! ¡Súbase rápido al carrusel que la mierda alcanza para todos! ¡Honrados! ¡Boludos! Tiren la conciencia al inodoro, mande su mujer a trabajar al quilombo, a su madre a levantar quiniela, a su padre a traficar cocaína, a sus hermanos a robar y usted no tendrá más problemas económicos. Ah, eso sí, “NO SE OLVIDE DEL ARREGLO”.
— ¿Sabés Juan?, sos un gran tipo, un fracaso como honrado, diría un intelectual de café.
— ¿Honrado? Bah, andá a sacar a bailar a alguna de las chicas, divertite, olvidate del problema. Estamos en carnaval y después de esta vida no hay otra. Salí a bailar con Liliana.
En la mesa quedaron la montaña de botellas, Juan, Roque y la mogólica que comía papafritas, chocolates, sándwiches y caramelos, todo junto, mientras se babeaba y tarareaba bailando sola en la silla. “Ponele el pendorcho / ponele el pendorcho / pendorcho de cuero / pendorcho de corcho / ponele el pendorcho”. Y en la pista codo a codo, bailaban el hijo del jefe de policía, la Gorda Julia, la chica de la vuelta, el farmacéutico de la esquina, las putas y el doctor de la otra cuadra.