Marcando la F del Frasquito

Hace unos días tuve toda una situación cuando fui a retirar mi medicación. Antes de la pandemia yo tenía un riguroso “calendario” con mi obra social para poder conseguir mi frasquito mensual dentro del sistema privado de salud: la visita a la infectóloga obligada de todos los meses para que me dé el pedido; luego llevar a autorizar ese papel en XXX, el sector de mi obra social que se encarga de los medicamentos de alto coste; al mes retirar la autorización, y por último pasar por la farmacia de la OS. Antes de eso, por supuesto, otro paso esencial: consultar insistentemente por teléfono para ver si ya habían llegado mis píldoras, porque me pasó más de una vez de ir en fecha y que no lo tengan.

En ese momento -hace unos meses- todo era presencial y por teléfono de línea o celular, sin chat. Si bien cada cosa era sencilla individualmente, de conjunto era toda una odisea. En el medio siempre había algún paso que fallaba o demoraba. La pandemia cambió un poco esa dinámica para bien: ahora en vez de llevar y retirar el pedido, envío un mail. En vez de llamar por teléfono, envío un Whatsapp. Tan sólo esos dos cambios significaron un montón para mí. Especialmente cuando hay un virus dando vueltas del que es difícil escapar y no querés sumar al que ya llevás con vos. Como toda nueva dinámica, la virtualidad tiene también sus complicaciones. La primera sería la demora en la respuesta de los mensajes, que llega a ser de días, aunque se compensa con la comodidad de no tener que hablar con nadie por teléfono. La segunda, es que a veces nos podemos equivocar cuando mandamos mails.

Con un mes de anticipación, como siempre, mandé escaneada la receta. Detallé en el asunto MJUXXXXXX19XX (mi “código” secreto, porque no usamos nombres) + PEDIDO DE MEDICACIÓN (así, en mayúsculas, eso lo aprendí haciendo otros trámites, porque lo primero que se lee es el asunto). Generalmente me confirman la recepción en el mismo día, pero como pasó una semana y no me respondían insistí con un segundo correo, sin respuesta. Una semana después, con algunos nervios por la proximidad del retiro de mi dosis mensual, insistí por tercera vez y por fin me respondieron. Me indicaron “está autorizado” sin más palabras, y me adjuntaron un escaneo que no se entendía bien de qué era. Lo que sí, no era como la de todos los meses con la que iba a la farmacia.

La intuición del Sargento García

Cuando llegó el día del retiro yo sospechaba que algo no estaba bien. Miraba y miraba ese papel que me habían mandado y no lo entendía. Era como la fotocopia de un libro escaneado con sellos. Así que por las dudas imprimí la “autorización”, le abroché el pedido de medicación original de mi infectóloga y decidí imprimir aparte el intercambio por mail por si había algún inconveniente, como había aprendido a hacer por otras situaciones.

Como todos los meses me levanté ansioso y mal dormido y salí a las 8 de la mañana. No disfruto para nada de ese día, después de mucho tiempo sigo sin acostumbrarme, pero voy temprano porque más tarde suele estar bastante congestionada la farmacia. Así que prefiero llegar 15 o 20 minutos antes de las 9am, hacer la fila y ser uno de los primeros en entrar, porque eso es lo único que me asegura desocuparme en menos de una hora. Barbijo puesto, termómetro en el cuello y alcohol en las manos, me deja pasar el portero -siempre muy amable-, me da el numerito para la farmacia y entro.

Cuando llega mi turno le presento al farmacéutico la orden que me enviaron, pone una cara rara y yo solo atino a decir “es lo que me enviaron al mail” apelando a mi inocencia y un poquito a mi estupidez. Me dice que espere y me quedo ahí parado 20 minutos, mientras pasaban cada vez más compradorxs y retiradorxs de medicamentos que aumentaban mi paranoia por el COVID mientras él consultaba por teléfono la situación y esperaba una respuesta. Después de un rato me dice que le informaban desde XXX que no habían hecho ningún pedido a mi nombre para este mes porque no había presentado la receta a tiempo, que tenía que hacer el pedido “con 10 días de anticipación”. Le respondo que lo había hecho con un mes de anticipación, “como todos los meses”. Me dieron la medicación finalmente, pero utilizando la receta de mi medicación para el próximo mes. Es decir, me estaba anticipando que hoy zafaba pero que en enero iba a tener problemas. Asegurado mi mes de tratamiento, yo muy confiado de que había hecho las cosas bien, con los emails impresos como prueba en mano, decido irme a XXX a consultar qué había pasado. Evidentemente había habido un error y ese error no había sido mío. Por supuesto, sí, sí, claro, claro.

Llego al lugar y no se permite el ingreso, así que el guardia sube a avisar y baja muy amablemente XXXXXXX, el señor que siempre me recibe las cosas [De él tengo un recuerdo muy fuerte al comenzar mi tratamiento, que quizás lo cuente algún otro día]. Le explico la situación, le muestro el intercambio de mails. Me pregunta por la orden, le digo que la dejé en farmacia y vamos caminando juntos hacia ahí. Le digo, de nuevo medio tímido, “No ha sido un error mío”. Me mira y me explica que posiblemente no porque él había salido de vacaciones y había quedado XXXXXXX, un chico bonitillo y flaquito, también muy amable. Entra, yo me quedo esperándolo afuera, retira la orden de la farmacia y me dice que no me preocupe, que si ha sido un error se lo resuelve con la receta en mano. Nos despedimos y al llegar a casa ya tenía en mi correo la confirmación de mi medicación para enero y en mi mochila mi medicación de este mes. Todo en orden. Me dejó más tranquilo y pecho inflado, porque claro, yo tenía razón.

Durante todas esas casi dos horas estuve un poco nervioso. Me voy caminando a casa y hablo con mi psicóloga por teléfono, porque eso también me cambió el COVID. Le conté todo casi como lo cuento aquí, y le dije que hace un tiempo me hubiera enojado mucho, pero que ahora entiendo cómo funciona Tucumán, que siempre hay errores y que blah, blah, blah. Que entiendo que por más que reniegue del mundo hay problemas y aumentan más cuando hay cambios. Le digo de nuevo “No fue un error mío” y ella me responde “Claro que no, porque Juli nunca se equivoca” y nos reímos. Después le conté la travesía por mensaje a algunas amigas, que se indignaron de todo el relato mientras yo ponía los paños fríos del humor y trataba de resaltar la amabilidad de XXXXXXX.

En su pony, cuando sale la luna

Durante todas las horas que pasaron me quedó resonando la frase: “… porque Juli nunca se equivoca”, hasta que me decidí volver al mail. Ahí fue cuando me di cuenta de lo que había pasado. Al ir a la consulta, mi doctora me hizo un pedido de Carga Viral, con su letra minúscula e ininteligible como la de cualquier otro médico. Mirando sin ver, yo había adjuntado en el mail el pedido de análisis en vez del de medicación: el primer error había sido mío. En ese momento sentí mucha vergüenza de mí mismo y me largué a llorar. ¿Cómo podía haber sido tan soberbia? Me imaginaba a mí misma, un maricón con apariencia de las cavernas, que no va a la peluquería desde el inicio de la pandemia, posando subido a un pony y agitando al viento una hoja impresa con una cadena de mails cual Diego de la Vega su espada. Una hoja de papel que desmentía simultáneamente todas esas verdades que declamaba en ese momento (que seguramente hubieran sido la envida de Rubén Darío).

Me sentí muy mal, profundamente ridículo. Culpable de haber molestado, de haberme equivocado. Pensando, para sentirme mejor, que persona suplente me respondió con la autorización de ese pedido sin atender al asunto del mail (“MJUXXXXXX19XX PEDIDO DE MEDICACIÓN”), pero que además el escaneo que adjuntó estaba en tan mal estado que nunca pude identificar de qué se trataba. Quizás si el suplente hubiera leído el encabezado me hubiera dado tiempo de corregirlo, pero yo seguía siendo la semilla del mal. Me sentía culpable… de algo que ya estaba solucionado, porque seguramente el señor XXXXXXX entendió todo desde un primer momento, y al tener yo la receta decidió directamente resolverlo, ahorrarse las explicaciones y ahorrarme un mal momento. Economía de la experiencia.

Comencé a pensar cómo podía enmendar algo, ni siquiera sabía qué cosa, y volví a molestar a mis amigas para decirles con mucha vergüenza que todo había sido error mío, que casi me quedo sin la medicación del mes por distraída. La facultad de ser previsora se anula automáticamente si una ha pecado de estúpida en un primer momento. Pero más que una gastada sigue la indignación y el consuelo, y lo primero que me respondieron casi todas fue “y bueno, una que te mandás vos después de las muchas que se mandan ellos.” Una amiga me preguntó si acaso no me había dado cuenta de que llevé impresos los mails no por previsora, sino por anticipada, porque esto ya me había pasado antes, lo de las demoras en la medicación. Otra me respondió que no entendía por qué iba mes a mes, si supuestamente tenían que darme medicación para tres meses por la pandemia “¿Acaso Tucumán no funciona así?” Y de ahí comencé a entender muchas cosas.

Tornado cabalga mejor si la odisea es cada tres meses

Pensaba en qué hubiera hecho ante algo así hace 10 o 15 años atrás, lo más probable es que hubiera perdido dos semanas o directamente hubiera abandonado mi tratamiento. Porque no voy a mentir, todavía hoy me cuesta horrores hablar con la gente de la obra social, ir a la doctora o a la farmacia. Siento mucha vergüenza, tensión, culpa. Un poco ridículo, ya sé, porque sentir culpa de necesitar un tratamiento es como sentir culpa de tener hambre. Pero se siente y mucho, aunque no tengamos la culpa de un virus, aunque acceder a la medicación sea un derecho. El tratar el VIH no debería ser tan ríspido.

Acceder a un tratamiento es difícil en el día a día. No es sólo tomar una pastilla, es todo el camino que hacés para tenerla y para poderla seguir tomando. La toma, los trámites y las consultas te recuerdan todo el tiempo que llevás al vicho con vos. Necesitás fuerza mental para ganarte a vos mismo y tus ganas de dejarlo todo, porque tenés que atravesar situaciones de estrés y tensión. Los trámites y las demoras están porque claro: cada frasco está por arriba de los 50mil pesos, son medicamentos de alto coste y es medicina privada. Eso te lo hacen saber porque dentro de la bolsita en la que te entregan la cajita también te entregan el ticket con el precio de tu salud.

Cuando tenés que hacer todos los meses un paso a paso para conseguir un frasquito de medicación, se multiplican los problemas, los errores, las demoras. En el medio podés ser una ridícula, equivocarte y estar de mal humor, como yo. Es muy difícil sostener los tratamientos, especialmente difícil en el Norte, tanto en la salud pública como en la privada. Sería hermoso que, si no van a actualizar los esquemas de medicación a la última generación ya mismo, al menos por ahora nos permitan tener medicación para tres meses, en lo posible con cadetería, y dividir por tres todo ese trabajo, esos errores, esas esperas y esas tensiones que están siempre amenazando nuestras adherencias.

Si querés enviarnos tu Crónica Inflamatoria sobre tus experiencias o sentimientos alrededor de tu vida con VIH (o tu vida y el VIH) podés hacerlo a lacascotiada@gmail.com. No hay ningún tipo de exigencia, admitimos el uso de pseudónimos o lo que quieras. Besitos besitos chau chau

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