Desde el Archivo Histórico presentaremos en cada entrega de la revista algunos artículos basados en entrevistas e investigaciones que realizaremos con el objetivo de reconstruir la historia LGTB de la provincia. En esta oportunidad, analizaremos la importancia de los espacios de socialibilización LGTB en San Miguel de Tucumán a través de los testimonios de Lucía y Carolina, dos lesbianas de generaciones muy diferentes.
Es importante preguntarse quién escribe la historia y desde qué discurso lo hace, el para qué y para quiénes. Nombrar nuestra propia historia y nombrarnos en ella es parte de nuestra tarea como movimiento LGTB. Porque aunque tengamos diferentes experiencias como lesbianas, gays, trans y bisexuales, compartimos una: lo difícil que nos resultó ser quienes somos en esta sociedad. En algunos bares y pequeños boliches era posible el sueño revolucionario en un beso, en un levante, en un encuentro, en la alegría. Y también en la resistencia frente a quienes nos querían matar la vida y sabían que sacarnos esos lugares era borrarnos.
A lo largo de años y marchas y escritos, espacio es una palabra clave en el lenguaje de las personas LGTB. Ese lugar conquistado en el que uno pueda ser quien es y ser uno más también, ha sido y sigue siendo una búsqueda común. La comunidad LGTB ha creado estos lugares y los ha defendido. Por décadas, aquellos han sido sitios de debate, discusiones, diversión, de expresión de deseo. Lugares donde se podía ser libre.
Durante los años 60 y 70, a lo largo del mundo surgieron movimientos de lucha por los derechos de las personas homosexuales e inevitablemente esa ola de liberación y lucha terminó llegando a Argentina. En el caso de Tucumán, recién en la década de 1980 empezaron a cobrar notoriedad los bares y boliches gay, aunque casi siempre de forma clandestina.
Lucía y los 80
Lucía vivió su adolescencia y el comienzo de su vida como lesbiana en los ‘80. Hoy, a los 59 años, recuerda las tardes que pasaba con sus amigos frente a La Recova o sentados en el Corona. “Éramos tan audaces que salíamos en el año 80, 81, 82, a juntarnos en la plaza Independencia, era un grupo enorme”.
En 1981, Lucía entró a la Facultad de Artes para estudiar Fotografía y allí conoció a quien sería su primera pareja. Sus compañeros sabían que estaban juntas aunque nunca se hablaba del tema. Sin embargo, la Facultad era un lugar relativamente seguro para ellas. Por esos años, comenzaron a frecuentar Saudades. Ubicada primero en Barrio Norte y luego en la avenida Mitre, cerca de la Plazoleta, Saudades era una hamburguesería concurrida por las familias de la zona desde el mediodía hasta las diez de la noche. Luego, se convertía en un bar gay.
“Allí gays y lesbianas se presumían, formaban pareja, y hasta se agarraban a piñas (…) En ese momento Saudades era el lugar gay de Tucumán”
Lucía recuerda que su dueño, Pascual, mantenía en muy buenas condiciones el lugar. “Y llegábamos nosotros. Imaginate que eran antológicos todos los personajes.” Principalmente, Saudades convocaba a los varones. Allí gays y lesbianas se presumían, formaban pareja, y hasta se agarraban a piñas. Como relata Lucía, “pasaba de todo en ese lugar”. También se festejaba Navidad y Año Nuevo en Saudades. “En ese momento era el lugar gay de Tucumán”.
Tiempo después, apareció Rapanui, un boliche gay muy frecuentado por las lesbianas, que quedaba en la calle Crisóstomo Álvarez, casi Congreso. Era un salón muy grande con una vidriera en su frente. Tenía una barra, una escalera caracol, un entrepiso y abajo había mesas y sillas. Además tenía una grada de cinco peldaños, una pista y un pequeño patio. Como el lugar estaba rodeado de vidrios, todos estaban tapados por cortinas.
Aunque Lucía lo describe como un lugar un poco sórdido, también destaca lo divertido que era. Se organizaban competencias para elegir a la mejor bailarina y para ver quién era la más “chonguito”. Las parejas podían expresar lo que sentían y besarse, sin miradas y palabras despectivas. No había otro lugar para hacerlo. “Ese era un lugar bárbaro”.
La represión
Sin embargo, tanto Saudades como Rapanui estaban en la mira de las fuerzas represivas tucumanas. Lucía recuerda a un juez en particular: el Doctor Mayer. “Medio petiso, gordito, de barba”, Mayer “era el terror de la gente gay porque hacía allanamientos y procedimientos en cualquier lugar. En los boliches, se llevaba a la gente puesta, pidiendo documentos, prendiendo las luces. Iba con tanta furia y con tanto odio hacia la gente gay…”.
A pesar de esta realidad, Rapanui tuvo sus puertas abiertas durante varios años, casi abarcando toda la década de los 80. Y aunque la amenaza de una nueva redada era constante, no tardaron en surgir los personajes ilustres del boliche. Entre ellos, se encontraba La Gorda Totó, que solía aparecer disfrazada de Lía Crucet. Otra chica le rendía homenaje a Luis Miguel y adoptaba su vestuario y peinado. Y también era posible encontrarla en la pista a La Gorda Fátima, que siempre estaba acompañada por un séquito de mujeres que la seguían a todas partes.
“En Rapanui (…) se organizaban competencias para elegir a la mejor bailarina y para ver quién era la más ‘chonguito’.”
Sambao es otro boliche que Lucía recuerda con una sonrisa. Quedaba en la calle 12 de octubre, cerca del Comando Radioeléctrico, uno de los Centros Clandestinos de Detención aquí durante la última dictadura militar. Como si fuera necesario redundar la cotidianeidad represiva en la que vivían las personas LGTB, por Sambao también anduvo el Doctor Mayer. “Muchas veces los han llevado en cana a los que no tenían documento, pero para hacerlos asustar, me imagino, porque a las tres horas, cuatro horas los largaban, pero ya por supuesto quedaban fichados… pero fichados por ser gay”, recuerda Lucía.
Carolina y los 90
A pesar de la llegada de la democracia, Tucumán volvería a elegir como gobernador en 1995 a uno de los referentes de la dictadura militar de 1976, Antonio Domingo Bussi. Mientras en Buenos Aires empezaba a haber mayor visibilización de las personas LGTB y los lugares de socialización que frecuentaban, en Tucumán este proceso se llevaba a cabo de forma más lenta.
Hacia finales de la década de 1990, Carolina Frangoulis cursaba sus estudios de secundaria y empezaba a circular por los pocos espacios LGTB que ofrecía Tucumán. Casi veinte años después de Lucía, Carolina se encontraba con una realidad no muy diferente para las personas homosexuales.
En las escuelas y en las casas de las familias tucumanas no se hablaba de la cuestión gay, a menos que sirviera como motivo de burla y vergüenza ajena. Ser homosexual era una condena a la indecencia. Como cuenta Carolina, el cuestionamiento era “cómo vas a ser lesbiana, no vas a tener hijos, no vas a formar tu familia, toda esta cosa así tan patriarcal, tan mandato, tan cultural, tan pesado, y con la imagen de la torta que es un camión, de la torta camionero que es un bollo y no una torta, como el puto que tiene que tener todas las plumas puestas y vos decís ‘y no’. Estos prejuicios y juicios hacían la vida y lo cotidiano mucho más difícil”.
“En los 90, en las escuelas y en las casas de las familias tucumanas no se hablaba de la cuestión gay, a menos que sirviera como motivo de burla y vergüenza ajena. Ser homosexual era una condena a la indecencia.”
En este contexto, ella tenía como referentes a Sandra y Celeste. “Cantando el casette de ellas dos, cantando Mujer Contra Mujer, era la lesbiana perfecta. No me faltaba nada”. Para expresar lo que sentía cuando le gustaba una chica, al no poder decírselo a nadie, “escribía el nombre de la mina y ponía Lisa te amo, era como fuuuffff, voy haciendo mi catarsis por este lugar”.
Los cafés y La Zona
Por aquel tiempo, los cafés ofrecían un respiro. Eran lugares donde era posible tener caricias y gestos afectuosos entre personas del mismo sexo. Los encuentros de Carolina con su primera novia empezaron en estos espacios. Sin embargo, para poder darse un beso, recuerda Carolina que “había que ir a la parte oscura de la ciudad, porque te imaginás que no nos íbamos a ir a besar en la Avenida Belgrano y Ejército”.
En la búsqueda por un espacio donde poder vivir libremente su sexualidad, encontró La Zona. Este “antro maravilloso” estaba en la calle San Juan al 700. Allí se organizaban recitales y muestras de arte. “Era un lugar para estar libre, un poco más libre que afuera”.
Nuestra historia
Recuperar y hacer una memoria colectiva significa tomar una acción política sobre nuestra sexualidad. Es volver hacia atrás y poner en diálogo el pasado con el presente, conocer y complejizar la historia y a los sujetos que son protagonistas de ella. Es recobrar las experiencias, los relatos y los encuentros. Es dar cuenta de los deseos, las palabras y los pensamientos que nos anteceden, pero que están presentes e hicieron posible, a veces sin saberlo, achicar la distancia hacia la libertad de ser quienes somos.